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15-05-2014 |
Boris kagarlitsky
Ucrania: Las cenizas de Odessa
Boris kagarlitsky
En la Casa de los sindicatos en Odessa murieron el 2 de mayo más personas que durante varios días de combates en el Donbass, aunque en Kramatorsk ese mismo día las fuerzas del gobierno ucraniano se lucieron matando a 10 residentes locales desarmados que habían tratado de bloquear la ruta de acceso de varios vehículos blindados.
Es evidente para todos que la catástrofe en Odessa se ha convertido en un punto de inflexión en la historia de la guerra civil que comenzó cuando las fuerzas del gobierno ucraniano atacaron Slavyansk y otras ciudades que habían izado la bandera de la república de Donetsk.
Inevitablemente, la ferocidad en ambos lados se incrementará; la escalada de violencia y la división del país son inevitables. Pero no sólo en Ucrania los acontecimientos del 2 de mayo han representado un punto de inflexión para la opinión pública. También es aplicable a Rusia.
Las guerras civiles están siempre acompañadas de un embrutecimiento de la sociedad, y no hay razón para afirmar que en Odessa los tristemente célebres "activistas pro-rusos" y los partidarios de la federalización fueran admiradores de Tolstoi y Gandhi. Sin duda, hubo personas que blandían armas y dispararon durante los enfrentamientos callejeros entre los grupos contendientes; incluso testigos partidarios de las "auto-defensas de Euromaidan" reconocen que hubo armas en ambos lados. La única discusión es quién disparó primero.
Muy posiblemente, el primero en apretar el gatillo fuese alguien de los manifestantes "pro-rusos". Pero en lo fundamental ¿qué cambia eso? Hubo gente que luchó en las calles, y quemaron a otras personas en la Casa de los Sindicatos. Después de varias horas de "batallas feroces de la calle", si hemos de creer a los informes disponibles, el 5 de mayo, hubo cuatro o cinco muertos por ambos lados (lo que quiere decir que no se utilizaron armas de fuego de verdad, porque de lo contrario el número de muertos hubiera sido mayor). Según las cifras oficiales había más de 40 cuerpos en la plaza Kulikova [en frente del edificio sindical, NdT], y de acuerdo a las extraoficiales más de un centenar. La oficina del fiscal de Ucrania se vio obligada a admitir que no se encontraron armas en la Casa de los Sindicatos.
Las revoluciones, los conflictos civiles y los disturbios masivos siempre van acompañados de una serie de excesos. Por esa razón, cuando críticamos el Maidan ucraniano, no discutimos actos específicos de violencia, sino la naturaleza política del movimiento, su ideología, líderes y fuerzas motrices. Hemos tomado nota de las personas que utilizaron al movimiento a su favor, y discutimos la cuestión de adónde conduciría al país su programa. Desde el principio, sin embargo, era obvio que las acciones de las "multitudes Euromaidan" claramente superaron las normas de "fuerza aceptable" compatibles con una sociedad moderna. En los últimos tiempos hemos visto numerosas revueltas y manifestaciones masivas en varias partes del mundo, pero antes de Euromaidan a nadie se la había ocurrido lanzar cócteles molotov directamente a la gente. Los anarquistas europeos han quemado los vehículos blindados de la policía y han lanzado cócteles molotov contra edificios vacíos, bancos cerrados y edificios de oficina, sabiamente abandonados por su personal. Pero nadie había intentado prender fuego a la policía de pie en un cordón, o a un edificio con gente dentro. No paso ni durante la "primavera árabe", en Túnez o Egipto.
Sin embargo, la violencia espontánea durante unos enfrentamientos callejeros es una cosa, pero los actos de venganza, permitidos y aprobados por las autoridades y justificados mediante la propaganda, son algo muy diferente. Tales fenómenos son la marca distintiva de un movimiento político totalitario y de su ideología. Mientras que un movimiento democrático condena tales excesos y se esfuerza por superarlos, el fascismo los eleva al heroísmo, lo que justificándolos e incluso institucionalizándolos. Eso es lo que vimos en Odessa, el 2 y 3 de mayo.
Junto a las acciones de las "pogromistas" hubo represión por parte del Estado. Inmediatamente después de la quema de la Casa de los Sindicatos, cientos de activistas del movimiento anti-Maidan de Odessa fueron detenidos, mientras que no se han conocido detenciones de los participantes en el pogrom. El gobernador de la provincia de Odessa, Vladimir Nemirovsky, habló de la "legalidad de las acciones de los partidarios de Euromaidan". Describir al gobierno de Kiev como fascista en base a los hechos de febrero o marzo 2014 fue un tanto prematuro. Pero cada día que pasa, su naturaleza es cada vez más evidente: si bien algunas personas puede que se hayan precipitado en su caracterización del bloque de nacionalistas, radicales derechistas y neoliberales que ha tomado el poder en Ucrania, sin embargo, estas caracterizaciones parecen confirmarse.
Es suficientemente atroz recordar a los activistas que murieron quemados o por inhalación de humo en la Casa de los Sindicatos; que fueron golpeados en el suelo fuera del edificio; que fueron ejecutados a tiros después de la "limpieza" del edificio por los exultantes partidarios del régimen de Kiev; o que, después de sufrir heridas y quemaduras, fueron detenidos por la policía. No menos terrible, sin embargo, ha sido la reacción de los partidarios ideológicos de las actuales autoridades ucranianas, las personas que han llenado los informativos con gritos de triunfo.
¡Ojalá fueran solo políticos de la extrema derecha ucraniana y propagandistas oficiales! Pero miembros de la intelectualidad de Moscú y Kiev, gente encantadora en su vida cotidiana, han publicado en Internet informes encantados con este asesinato en masa. Y más tarde, con el mismo entusiasmo, han llegado a publicar una amplia gama de teorías conspirativas, contradictorias entre sí, pero que conduce invariablemente a una sola conclusión: los culpables de las muertes no fueron las personas que comenzaron los incendios y llevaron a cabo la matanza.
Las paredes quemadas de la Casa de los Sindicatos todavía no se habían enfriado, y ni un solo cadáver se habían identificado, cuando empezamos a ser informados de que no había nadie de Odessa entre las víctimas, que todos los muertos eran rusos o de la región de Transdnistria. ¡Qué excusa tan maravillosa para justificar el exterminio de seres humanos! Incluso las personas que compartían esta lógica anti-humanista deberían, como mínimo, reconsiderar su opinión sobre los acontecimientos cuando se reveló que las víctimas del pogrom fueron de hecho gentes de Odessa. Pero ¿alguien ha pedido disculpas por la difusión de esta mentira, o reconocido que estaban mal informados? ¿O simplemente publicó otra información, más precisa? No, tan pronto como una de las versiones se desmentía, los responsables ponían en circulación otra similar. Así hemos sido informados que las víctimas del pogrom fueron los que prendieron fuego al edificio, que no permitieron que se les salvara o que por alguna razón se escondieron en la Casa de los Sindicatos deliberadamente con el fin de provocar un ataque. Y otras muchas versiones en el mismo sentido.
Por supuesto, de ninguna manera se puede colocar en la misma categoría a los blogueros que se sientan delante de sus pantallas de ordenador y las personas que lanzaron los cócteles molotov contra otros seres humanos. Sin embargo, cuando se otorga a la violencia aprobación pública se está alentando su escalada. Las alabanzas acríticas a Euromaidan crearon el ambiente psicológico y político que hizo posible la tragedia de Odessa. Los intelectuales que han defendido y justificado los asesinos han terminado por estar del mismo lado que quienes los han cometido, permitiendo nuevos crímenes.
La guerra civil no sólo se desarrolla en Ucrania. Rusia también esta siendo arrastrada a ella. Hasta ahora sólo en forma de debate público, y al nivel de las palabras. Pero como los acontecimientos en Ucrania han demostrado, las palabras se transforman fácilmente en actos. Las palabras pueden tener el efecto de eliminar las inhibiciones morales, psicológicas y culturales. Y quienes las pronuncian descubren hasta que punto son sólo cuando ya es demasiado tarde, incluso para ellos mismos.
Boris Kagarlitsky fue diputado del soviet de la ciudad de Moscú entre 1990 y 1993 y actualmente es director del Instituto de Globalización y Movimientos Sociales (IGSO) en Moscú.
Traducción para www.sinpermiso.info : Enrique García
Artículo enviado por: Fernando Moyano
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